Para los días 28 y 29 de Marzo, diversas organizaciones
populares, políticas, culturales y sociales del país han convocado a una
Jornada Nacional de Protesta Popular, enmarcada dentro de lo que se ha denominado
el Día del Joven Combatiente.
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Hermanos Vergara Toledo |
Muchos no conocen el origen de esta conmemoración, y que no es
“celebración” como algunos medios la indican, puesto que no obedece a una
festividad o acontecimiento que amerite ser celebrada con el correspondiente
júbilo que eso implica. Por el contrario, es una “conmemoración”, es decir:
“Con memoria”… con recuerdo, con una mirada hacia el pasado.
Y los jóvenes combatientes a los que se recuerdan,
principalmente los caídos durante los años de dictadura militar (Hermanos Vergara
Toledo) y también aquellos muchachos y muchachas abatidos en estos años de
régimen presidencial, son generalmente hombres y mujeres provenientes de
sectores populares, allí donde las desigualdades y las carencias van forjando
un espíritu de rebeldía y lucidez social, que sumado al ímpetu característico y
necesario de los jóvenes los lleva casi siempre a enfrentar la violencia con la
violencia.
Muchos tienen a la vez una opinión segregada sobre estos hechos
y suelen mencionar a esta fecha como el Día del Joven Delincuente, rebajando así
a una categoría de festividad lúmpen la expresión pública del malestar y la
disconformidad de diversos sectores del país. Y es que por lo general quien
mira sólo desde su vereda, sin ponerse en la vereda del otro para obtener un
plano general del paisaje, suele opinar y cuestionar, juzgar y castigar, con
una precisión bastante errada.
La violencia debe siempre ser objeto de total repudio, injustificable
e inaceptable como forma de relación entre individuos, y menos entre grupos,
sociedades, pueblos y naciones. Pero ¿debe ser considerada como violencia sólo
la pedrada, el vidrio roto, el grito, la capucha…? ¿Qué ocurre con esa
violencia sistemática y permanente que reciben los jóvenes? Sólo por nombrarlos
a ellos, en virtud de esta fecha, y dejando fuera a los niños, los adultos y
ancianos, minorías étnicas, trabajadores, cesantes, etc.
Los jóvenes, parte importante de nuestra población, ven
complicado su futuro por el mercantilismo en la educación, son discriminados socialmente
por sus vestimentas y sus tendencias tribales, son cuestionados porque
priorizan el ocio y la diversión frente al trabajo o el compromiso con el
status familiar, se les coarta la libertad sexual pero se les bombardea con
erotismo televisivo. Se estigmatiza a los jóvenes como drogadictos, borrachos,
irresponsables, ladrones, flaites, pungas… en fin, tantos adjetivos hay como
trancas tenemos.
Y si agregamos la violencia política, donde se decide que a los
14 años son adultos para ser juzgados y castigados pero jamás para votar y
decidir sobre políticas de gobierno. ¿Qué pasaría si los jóvenes pudieran
elegir a sus dirigentes políticos? ¿Habría más interés en ellos en transformar
y mejorar el sistema que los rige? ¿Acaso no es real el hecho de que: “quien no
puede acceder a la buena lo intenta a la mala”? ¿No dice nuestro escudo patrio
“Por la Razón o
la Fuerza ?...
Muchos podrán decir que en estos años de sistema presidencial
(rehuso a usar el término “democracia” en este artículo) se han abiertos espacios
para los jóvenes, tema que puede dar para largo debate, pero en la práctica ¿Se
considera su opinión al momento de decidir?.
Este 28 y 29 de marzo probablemente veremos por televisión las
barricadas, las fogatas, los jóvenes apedreando carros policiales, destruyendo
vitrinas, y habrá una parafernálica seguidilla de declaraciones y condenaciones
hacia estos hechos. Pero nadie hará mención a las causas reales que originan el
descontento. Nadie hablará de la mala educación, de la salud inaccesible, de
los abusos laborales, de los asesinatos de jóvenes como Lemún y Catrileo, aun
sin justicia, de los abusos a soldados rasos dentro de los cuarteles, de la
represión a niños y jóvenes mapuche en sus comunidades, del negocio usurero de
los institutos y universidades, de la cesantía tormentosa de jóvenes
profesionales, de la mala calidad del aire que respiran, de la mala calidad del
agua que beben, de las casas diminutas en que habitan, de la estupidización
diaria que reciben por la televisión, los diarios y las radios, de la falta de
espacios de desarrollo barrial, de la corrupción en el estado que dilapida
recursos que podrían ser usados en mejorar su calidad de vida, de las
municipalidades que botan millones en romper innecesariamente calles aun aptas
en vez de crear espacios de desarrollo o mejorar áreas verdes en barrios
periféricos.
Nadie hablará estos días del sufrimiento de los cotidianos y
anónimos jóvenes combatientes, sólo renegarán de sus gritos. Y es que cuando se
está cómodo y satisfecho en el sillón de la casa suele molestar que golpeen
nuestra puerta para reclamar la ayuda ofrecida y jamás otorgada.
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