Las luchas sociales dejan muchas heridas en nuestros cuerpos
y en nuestras almas. Dejan también muchos dolores crónicos que terminan
cambiando las formas en que nos relacionamos o nos miramos unos con otros.
Resentimientos y estados de perversa obsesión son también consecuencia de
largos y agotadores procesos de batalla antisistémica. Pero también deja
recuerdos placenteros, hazañas logradas y conquistas exitosas, deja amores
imperecederos y medallas que se adhieren al corazón no a la ropa. Deja
esperanzas y deja también la sensación única y maravillosa de saberse en el
camino correcto, en la senda que construye no en la que destruye.
Y lo que más deja la lucha social es Amistad. Esa amistad
espartana, donde tu vida va de la mano de la vida del otro, donde ser amigos es
ser a la vez protectores y defensores unos de otros. Donde ayudar no es un
gesto de buena crianza sino un acto de amor. Donde la solidaridad se hace un
acto cotidiano y necesario, no un esporádico deber militante.
Enrique Pérez es uno de esos amigos que nos entrega la lucha
social. Entró a nuestra vida, nuestra familia, como se entra a un templo, con
respeto y sencillez. Sin la arrogancia de otros pseudo revolucionarios que
ponen sus medallas por delante y terminan siendo pequeños burgueses que giran
hacia donde mejor les abrigue el sol de turno. Él no entró de esa forma, el
puso el cariño primero, la honestidad, y poco a poco nos fue mostrando su
corazón rojinegro, su convicción de roca y su inteligencia política que más
tarde descubrimos que no era inteligencia sino sabiduría, lo que es mayor y más
poderosa.
No supimos cómo ni cuándo ocurrió pero al tiempo de
conocernos ya nos tenía atrapados en su dinámica de permanente respuesta a los
embates de la Bestia Neoliberal e imperialista. Y fuimos con él o enviados por
él a cientos de operativos, mitines, reuniones, actos, peñas, marchas,
velatones, conferencias de prensa, eventos culturales, oratorias, seminarios,
recuperaciones y encuentros sociales y políticos. Sólo nos faltó apretar el
gatillo, pero de haber sido necesario de seguro lo habríamos hecho y él con
nosotros.
Fue muy triste ver cómo su capacidad de movilidad se iba
apagando lentamente, y dolorosos saber que su mente no paraba de trabajar en su
proyecto de lograr cambiar, al menos en lo local, las condiciones vergonzosas en
que viven los más vulnerables de este modelo sociopolítico y económico. Y
sufrimos con él esa angustia, pero aun así no dejaba de darnos lecciones.
Recuerdo que al salir después de estar unos días hospitalizado en una unidad
del psiquiátrico, nos llama para que regresemos con él a esa misma unidad y
presentemos una función de títeres a los internos pues había conocido esa
realidad y sabía que necesitaban, entre otras cosas, un instante de arte y
felicidad. Y fuimos con él. Y nos hizo trabajar para ellos. Y ciertamente fue
una experiencia hermosa, como tantas otras en que él nos involucró.
Su agonía también fue a su estilo, peleada día a día con la
muerte. En casa, al hablar de él nos lo imaginábamos atrincherado y
enfrentándose bala a bala con la Sombra huesuda. Y gritándole que si se lo iba
a llevar no sería tan fácil, porque de que era porfiado, lo era.
Finalmente imaginamos que se quedó sin municiones y optó por
la lucha cuerpo a cuerpo, en eso nadie le gana a la Muerte, pero el Indio Pérez
se lanzó contra ella, como lo hiciera Miguel Henríquez, o el Che Guevara, y
tantos otros con quienes ahora debe estar reunidos.
Que nos deja nuestro amado amigo, mucho. No sólo recueros y
lecciones de amistad. También tareas por cumplir. Cada cual sabe en qué se
quedó comprometido y qué dejó pendiente por hacer. Cada uno sabe, por
autorevisión, dónde está la tarea que Enrique legó a sus amigos, sus
compañeros, sus camaradas, sus hermanos, sus combatientes.
Hoy despedimos su cuerpo, su espíritu, multiplicado en
nosotros, se queda para seguir en la lucha por hacer ese Otro Mundo Posible. Quienes le despedimos, en presencia o en
ausencia, somos continuadores de su legado.
Él se hace inmortal desde ahora, trascendente, siempre
presente. Y en más de algún lugar se hablará de él, se actuará como él, se pensará
como él, y lo más importante, en más de un lugar de este planeta acongojado se
vivirá y luchará como Él.
Adios amado amigo Enrique “Indio” Pérez, los que se quedan,
te saludan.
Larry
Malinarich V. y familia.
2 comentarios:
Muchas gracias Larry a ti y a la jana, han sido personas que con su afecto, presencia y palabras le dieron calma, animo y fuerza a mi viejo y a mi familia. Un abrazo fraterno. Luciano
no conoci al hombre en persona, pero si a su hija millaray, y creo que hombres asi aparecen uno por siglo, y pucha que hacen falta mas.
lo importante en legar a los nuetros sus ideales y fomra de vida, el compañerismo y la igualdad. por mi parte tratare de que mi hijo conosca de este nivel de patriotismo y cariño al projimo.
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