Tristeza, así puedo definir la sensación que ahora envuelve mi conciencia. Tristeza de ver como se alejan los sueños de construir una nación humana universal. Y no es por falta de empeño, sino por el hecho de ver que nos estamos quedando solos y huérfanos de líderes, de sueños, de brazos.
El trance histórico se vuelve turbio ante los ojos esperanzados de miles de luchadores anónimos. Una turbiedad antojadiza generada por la ceguera premeditada de nuestros representantes. ¿cómo fue que ocurrió? ¿cómo aquellos que levantaron tan alto su voz ahora tienen un silencio fúnebre en este entierro de esperanzas?
El canto otrora alegre y determinante que auguraba un estallido de humanidad liberadora, ahora suena como un sollozo apretado en nuestros pechos sangrantes. Las consignas quedaron hechas un cúmulo de palabras sin sentido real. Se transaron los términos y la confianza. El análisis truculento y las justificaciones superfluas surgen de las bocas chuecas de quienes antes nos hablaban con voz firme y tono coherente.
¿Terminar con la exclusión? ¿cómo pueden decir eso mientras se suman a los excluyentes y abandonan a los excluidos? Aquí no se trata de estar o no estar en el parlamento. No se trata de formar parte del aparataje político oficial. La exclusión que requiere ser eliminada es la exclusión de la opción de construir futuro digno, la exclusión que trae pobreza, desigualdad, hambre, cesantía, enfermedad, sufrimiento, muerte y desesperanza. Y esa exclusión no se termina vendiendo la conciencia a cambio de una dieta parlamentaria que nada aporta excepto mayor fortaleza a quienes por décadas han instaurado la exclusión como metodología de gobierno.
Estamos solos, tristes y con la rabia creciendo por dentro. ¿Cómo superar la violencia que crece dentro si desde afuera nos la encienden? ¿Cómo guardar silencio si nuestros gritos exigen explicación a la incoherencia? No nos vengan con el discurso panfletario de que es necesario unir fuerzas si lo que hacen es entregar las armas de la razón y tomar las del sin sentido. Sólo para sentirse “incluidos”.
Tristeza. Y recordar las palabras de Silo cuando dijo “Hemos fracasado...” se hace aun más doloroso, sobretodo porque este fracaso no viene desde afuera, sino desde nuestro propio interior, desde el absurdo devenir de sucesos que desarman lo hasta ahora construido.
Pareciera que estaba planeado así. Era demasiado hermoso lo que estaba surgiendo y había que parar, y como corderos en rueda de sacrificio nuestros guías nos llevaron al matadero. Las bases se enredan en discusiones, los militantes buscan razones para creer y otros simplemente ya no creen. El Humanismo rendido y entregado a la nueva postura social demócrata del comunismo chileno. La revolución convertida en involución, la esperanza en desazón y el futuro en prehistoria.
Tristeza. Y con ella no se puede avanzar, sólo queda el retiro del guerrero. La contemplación quieta del abandono. Sentarse a orillas del rio y esperar que pasen flotando los cadáveres de nuestros enemigos. Cuando esta fuerza se debilite habremos de avanzar con resolución, si es que aun queda alguien que desee avanzar.
Mientras tanto, mi tristeza me dice que puedo desahogar la rabia ANULANDO cada voto que ellos esperan recibir , y calladamente en actitud íntima y no violenta decirles sinceramente ¡Váyanse a la mierda!.
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