Bronca y más bronca
La infinita rabia del íntimo corazón de América. Esa rabia acuñada por tantos siglos de explotación, abuso, dominio, saqueo, usurpación, manipulación y vandalismo, que sobre nuestras razas se ha gestado. Y siempre desde el Norte viene el huracán excrementoso. Pero no desde el Norte amerindio, no desde el Norte Inuit, no desde el Norte Lakota… Viene desde ese Norte abusador y putrefacto del colonialismo imperial, ese Norte que no soporta que pueblos morenos levanten la mirada.
Y son despiadados hipócritas que vociferan con lenguas largas sobre libertad y democracia, conceptos que para ellos son armas de destrucción masiva, silenciosas ye invisibles. El verdadero terror del mundo es la libertad y la democracia según el modelo del Norte Imperial.
Porque para nosotros, los del Sur, los que conocemos el latido de la tierra, la libertad y la democracia son más que conceptos, son razones de vida, de creación, de arte, de desarrollo, de trascendencia. Y nos alegra cuando un hermano aymará llega alto en sus cumbres personales para conducir a su pueblo, o cuando un hombre de sangre morena y bolivariana se enfrenta al dragón carnicero y le gana batalla tras batalla, o cuando el isleño patriarca aun en su camastro de reposo obligado sigue alzando la voz para gritar revolución.
Y soñamos con ellos el nuevo mundo, no aquel Nuevo Mundo que los españoles y portugueses arrasaron y mancillaron en nombre de su Dios y su Biblia, no de ese Nuevo Mundo que Ingleses y Franceses se adjudicaron suyo y destazaron como una res para venderla y esquilmarla como baratija.
Soñamos con ese Nuevo Mundo que es cuna, hogar y tumba de hombres libres. Con ese Nuevo Mundo que alimenta, educa, viste y acoge a todos sus hijos por igual. Sin apelativos, sin nombre de ideologías foráneas, sin copiar esquemas sociales obsoletos, sin buscar excusas para implantar sistemas que traen más dolor del que ya nos llega.
Bronca y más bronca. Cómo dice Gieco, y como se repite por todas partes. Bronca de saber que las garras de la muerte nefasta y estúpida del imperialismo nuevamente rasguñan nuestro continente. No es la muerte justa y necesaria de los años, ni la muerte tranquila e inevitable de la enfermedad, o la muerte sorpresiva del accidente inesperado… No. Es la muerte intencionada, alevosa, promiscua, cobarde y rastrera que nace en las oficinas de los grandes dólares, en la sala oval de la Casa Sucia, en los despachos de los Consorcios y las Multinacionales del Miedo. Esa muerte, la perra muerte, la puta muerte de los hijos de la codicia. Y siempre viene arrasando a la esperanza, cortando las flores antes de que llenen el prado de belleza.
Bronca… rabia… ira… espanto.
Miedo de tener miedo, de que nuevamente se repita la negra historia de América latina, de que nuevamente la sangre de los hijos del sol llegue a los ríos, los mares, los bosques, los desiertos… Miedo de que mis hijas sufran el dolor de ver al mundo oscurecerse, miedo de que mi nieta Antonia nunca llene sus bellos ojos azules con los paisajes antológicos de su tierra, de que Amir, mi recién nacido nieto, no pueda caminar sobre los húmedos pastizales de las tierras mapuche bailando con ellos la fiesta de la Tierra.
Bronca… y esperanza a la vez. Persevero en mi tozudez de creer que el hombre superará al hombre, que la primitiva conciencia del opresor caerá por su propio y desmedido peso y se alzará en su lugar la liviana y sutil fragancia de la verdadera humanidad. El perfume refrescante y purificador de la libertad y la justicia, la flor y el colibrí, la semilla y el fruto, el hombre y la mujer, Adán y Eva en un paraíso sin la dictadura de un Dios vanidoso ni la rastrera envidia de un ángel resentido, sólo la humanidad para construir futuro. Y por supuesto… sin bronca.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario