CRONICA MALKIANA 31

CABARET ROTO

Breve historia de una historia breve.

La traición rondaba en las noches del cabaret, y a pesar de las risas y los cantos, una sombra mezquina y mediocre cubría los corazones de Mario y María. Habían decidido hace tiempo usar para su propio ego la iniciativa de abrir el Cabaret, dejando a sus confiados amigos en la creencia de que esta era una buena idea para juntarse y compartir como siempre lo habian deseado.

Mario y Maria viven su vidas entre el rumor y la sospecha, y segun sus limitadas miradas el mundo sólo es válido si se mira con sus ojos mezquinos.

Todo iba bien al comienzo en el Cabaret, y el entusiasmo de los comensales hacía más fuerte la convicción de que se estaba en una buena idea. Pero Mario y María querían más, dejaron de lado el sentido inicial del grupo: Hacer algo donde la pasemos bien y donde nos juntemos con la gente nuestra. Ellos querían aplausos, salas llenas, aparecer en televisión, ser mirados como Mecenas de la Bohemia... y dinero. Pero cada día sufrían más, les incomodaba la forma relajada y libre que sus socios tenían para enfrentar cada noche, y más les molestaba que eran ellos los que daban al cabaret el sello especial cada noche.

Mario y María siempre buscaban la forma de estar en escena, de que los vieran. Algo que no incomodaba a sus socios ya que para ellos cada Noche era un encuentro entre amigos... pero poco a poco se fue intoxicando el aire, y las miradas cambiaron, las sonrisas se fueron forzando y comenzó el fin.

A mediados de la semana, Mario y María pidieron reunirse urgentemente con sus socios, ya que les habían dicho que el Cabaret no podría seguir por problemas con la dueña de la casona donde cada noche despertaba la música. En esa reunión mostraron su oscuridad, y con descarada hipocresía hablaron de las dificultades para sacar adelante el Cabaret, de sus innumerables "sacrificios", de su estressada agenda, de sus gastos... y que era mejor esperar. Sacaron sus lápices y sus cuadernos, hicieron cuentas y repartieron entre el grupo los pocos pesos recaudados. Cobraron hasta el aire respirado y como sabían que sus socios no dudaban de su palabra mintieron y cubrieron su acción rápidamente. Abandonaron la reunión y algo extraño quedó en el aire. Los tres socios que quedaron lamentaron el término del Cabaret y como ellos no tenían nada que ocultar decidieron ir a visitar a la dueña de la casona para agradecerle el tiempo que estuvieron juntos y para no dejar círculos abiertos.

No hubo tiempo para el espanto. Al hablar con la señora descubrieron que el fin del Cabaret era una muerte anunciada por Mario y María hace varios días atrás. Descubrieron que ellos ya habían hecho contactos a escondidas para abrir otro lugar, tenían conversaciones clandestinas con artistas para llevarlos ahora a su propio espacio, y lo que marca su traición es que cada acción la hicieron usando como argumento gratuitas descalificaciones sobre sus socios, poniéndose en un papel de víctimas, de sufridos trabajadores que cada día, solos, sacaban adelante el Cabaret.

Pero Mario y María van caminando por un sendero difícil, subestiman demasiado a sus socios, esperan seguir siendo parte del círculo de amigos como si nada hubiese pasado, sin embargo no fue así. La soledad y el abandono los ha ido alcanzando, y esa situación está contaminando su propia alianza. Y Mario ya no mira a María de la misma forma que antes, también desconfía, le molesta esa actitud de permanente sumisión, como una bufanda pegajosa en su cuello, le ahoga. Y María siente que él se le escapa, que aparecen viejos fantasmas de Mario y peligra su relación, y se espanta, y pierde a sus amigas, y se van quedando solos... solos.

Han pasado varias lunas desde aquella última noche de Cabaret, y ahora los otros socios tienen una lugar propio, sano, libre y sincero, y se reabrió el Cabaret y se renovaron los abrazos y las risas, y nuevamente las guitarras transformaron las noches de la ciudad. Y mientras adentro el vino y la música se mezcla con la alegría de la amistad sincera, afuera entre las sombras de una esquina lluviosa Mario y María miran las luces, escuchan las risas y muerden en silencio su ego y su envidia.