No los puedo denominar de otra
manera que no sea “esfuerzos teatrales”, pues así es como se gestaron las obras
presentadas en la Sala Avellanos de la UFRO los días 8 y 10 de septiembre. Tres
montajes bajo una misma dirección.
Montajes que un comienzo fueron cinco, pero
el “pánico escénico” pudo más que la trayectoria y quedó la propuesta en tan
sólo cuatro. Posteriormente, y a última hora las premuras del tiempo y las
diversas obligaciones en producción y asistencia de dirección, sumadas a otras
de índole personal, dejaron en una “pausa indefinida” al Hombre del Traje
Verde. Así, las que superaron las inclemencias del clima teatral, finalmente,
fueron tres esforzadas e interesantes obras.
El primer bofetón teatral que nos
arroja Hernán Ormeño, director de esta trilogía, es el monólogo “La Cerro
Prendío”, del autor venezolano José Gabriel Núñez. Un texto muy provocador y
profundamente femenino, no confundir con feminista pues no es para nada un
panfleto reivindicador o de resentido discurso anti machos, sino más bien una
declaración victoriosa del Ser Sexualmente Mujer. Y estuvo muy bien elegida la actriz que lo
representó: Yasmira Velásquez, quien superó sus miedos íntimos y sacó la
hembra-actriz que requiere un texto como éste. Con momentos altamente logrados
donde su representación inunda de erotismo el escenario y suavemente se desliza
atravesando la cuarta pared para provocar y cosquillear el eros del público.
Otros instantes, aún posibles de perfeccionar a través de nuevas representaciones,
ojalá pronto, darán mayor poder y trascendencia a esta hembra ardorosa que nos
descubre (a los hombres) como el verdadero “sexo débil”.
Yasmira crece en escena y deja ver
que su camino en el teatro está despejado para nuevos desafíos. En este
monólogo, lleno de sensualidad y verdades que derriban mitos, está marcada la
mano de una dirección rígida y exigente que permite que ésta joven actriz se
desenvuelva como si llevara muchos años de escenario a cuestas. Mérito de
ambos, considerando el tiempo empleado en la preparación y que además está
simultáneamente estrenando otra obra, de estilo más naturalista y menos
exigente, como otras anteriores donde ya habíamos visto actuar a una Yasmira
menos sólida dramatúrgicamente. Pero aquí demuestra que puede hacer y ser mucho
más. Eso sí, con la apropiada dirección y el necesario esfuerzo.
El segundo bofetón llega con “Autopsia”,
del colombiano Enrique Buenaventura. En los roles estaban dos grandes figuras
de la escena regional: Carmen Gloria Méndez y Osvaldo Salom. Y la sorpresa mayor la dio “la Mendez” como
le dicen sus cercanos. Estaba, en cierta forma, acostumbrado a ver a la actriz
en escena, con su garbo y su parrocha, su humor y su ironía, su tono vocal que
no cambia en persona ni en escena. Y
aquí magistralmente desapareció la actriz y sólo estaba en escena el personaje,
con la tensión y el dolor vivo en su gestualidad, en la tonalidad de una voz
llena de muerte viva, en la palidez tétrica de un rostro que no era de ella
sino de una madre torturada desde adentro.
Cuánto esfuerzo hubo en La Méndez
para lograr esta belleza escénica, no lo sabremos quizás nunca, pero el que
haya sido valió cada segundo.
Salom hace
su parte con la profesionalidad justa. El ritmo adecuado y la expresión precisa
para sostener y controlar la tensión de su compañera en escena. Con breves
instantes donde el actor se sobrepone al personaje y nos recuerda algunos
movimientos y tonos de voz de “El Loco”, obra de Radrigán donde Salom deja
salir una magistral actuación. Pero considerando el breve tiempo empleado en el
desarrollo de este montaje era perfectamente esperable que primara aquí la
experiencia antes que una sobreactuación, que afortunadamente no ocurrió.
Bien
por el teatro regional que nos permite descubrir que quienes aun sostienen este
oficio son actrices y actores plenamente capaces de enfrentar desafíos y que no
están contaminados por absurdos divismos autoreferentes.
El último bofetón, y ciertamente el
que nos dio el nocáut definitivo llegó de la mano de dos jóvenes actrices:
Paola Pino y Catalina Barros, en la obra Los Pájaros se van con la Muerte, del
autor venezolano Edilio Peña.
Quienes no llegaron a la sala Los avellanos,
se perdieron una de las buenas representaciones de lo que va del año en Temuco.
Montada en escasos días, menos de un mes, con una escenografía minimalista pero
muy creativa, el director Hernán Ormeño logra sacar adelante un drama entre
madre e hija cargado de dolor, miedo, violencia, venganza, espiritismo negro y
salvaje. Un ir y venir de pasiones y contrastes emocionales que Paola y Catalina
expulsan en escena con fuerza y total efectividad. No dan pausas al espectador,
nos atrapan poco a poco desde la primera gestualidad. El lazo que las une en
escena y las mantiene atadas en el frenético drama de la obra, genera otro lazo
invisible y más grueso que rodea y atrapa a cada uno de los espectadores, una
atadura que, ni siquiera al final, es posible cortar.
Tremenda actuación la de Paola Pino
en su rol de madre. Siempre sostuvo su gestualidad, su mirada, su tensión, su
ira. El personaje siempre presente y la actriz totalmente subordinada a ese
rol. Creíble en toda su representación.
Catalina hizo la oposición exacta.
El calce perfecto de su personaje con el de Paola. Su corporalidad volátil, a
ratos frágil, su rol de Hija-Niña atrapada, contrastó de maravillas con el peso
y la dureza de la Madre. Hubo un breve instante de arritmia, casi a la mitad del
montaje, pero pronto se recuperó el latir dramático y llegamos al final con un
volar de pájaros que se volvió hacia ellas en agradecidos aplausos. Ciertamente
estos montajes deben repetirse, promoverse y valorarse, Juntos o separados, no
importa, cada uno de ellos está a la altura de un necesario espectáculo,
sobretodo necesario.
El mérito final es ciertamente para
Hernán Ormeño, actor y director chileno-suizo, que cruzó el Gran Charco para
dirigir en Temuco. Él regresa a fin de mes al viejo continente y esperemos que
se vaya con las ganas de volver, aun quedan pendiente algunas obras que inicialmente
se propuso dirigir. Se le agradece profundamente su breve, pero fructífero,
paso por La Araucanía.
Tres esfuerzos teatrales que vale
la pena volver a ver, esperemos que así sea.
Cada obra representada está ahora
en poder de quienes las representaron y de ellos depende que volvamos a
disfrutarlas, sólo de ellos.
Malkiano
Temuko. 11 de sept. 2012.-
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