lunes, diciembre 05, 2011

¡Viva Mierda, shile!....


CRONICA MALKIANA PESIMISTA DE FINES DE AÑO.

A fines del Siglo XX, por la década del ’60, nuestro país entró en una espiral de acontecimientos sociales que auguraban un final socialmente bueno, un futuro de país desarrollado más en lo humano y lo valórico, que en lo económico. Sin embargo, y ya conocido por todos, fue interrumpido ese camino, de forma brutal y canallesca, y se desvió nuestra senda hacia un nuevo destino, menos humano y más animal. Nuestra mentalidad, tras varios decenios de soportar la Fuerza por sobre la Razón, se fue deformando y reprogramando con una información nueva y nefasta. Nos acostumbraron a l conformismo de los hechos, a la sumisión ante el poder uniformado, a la aceptación de lo brillante como oro y de lo vulgar como esencial. Así fue posible implantarnos el “chip” invisible del neoliberalismo como eje principal de la estructura social.

El mercado, como tácito dictador de las conductas ciudadanas, es quien decide cómo y por qué debemos vivir. Las estrategias publicitarias, verdaderos ministerios de su gubernatura, nos indican descaradamente cuales son los parámetros que debemos considerar al momento de planificar nuestra existencia. Sólo como muestra basta ver ese grupo de mujeres, claramente ABC1, que en amena y emocionada charla declaran haberse “enamorado” de un... ¡detergente!... y que ahora sus vidas tienen sentido y su felicidad es plena. Y qué decir de aquel hombre que ve caer a sus pies, sumisas deseosas y agradecidas a cientos de mujeres al tiempo que entran a una bíblica Arca, donde él es el único macho semental, todo gracias a un ¡desodorante!.... todo esto no daría resultado en una sociedad humana real. Sin embargo, aquí resultan y generan alto consumo debido a la imbecilidad popular, principal musa de los genios creativos del Mercado.

Así se ha ido forjando un país de conejillos de indias, de cobayos siempre dispuestos a ser blanco de experimentaciones sociales, económicas y conductuales. Un país tremendamente contradictorio, que se traga el discurso nacionalista y patriotero de la defensa de la identidad y el territorio ante nuestros vecinos inmediatos y sin embargo tiene vendido el 90% de las aguas y las tierras a transnacionales europeas y asiáticas, que ha hipotecado el patrimonio humano mediante la entrega a consorcios extranjeros los requerimientos de Salud, Previsión y Educación.

Ya no es posible hablar de lucha de clases o de revolución, pues no existen esos paradigmas en la actual situación psicosocial de nuestra sociedad, por el contrario, pareciera que hemos involucionado hacia un modelo de castas, donde es fácil identificarlas pues tienen territorios específicos donde se desenvuelven y desde donde ejercen su control e influencia.

Está la Casta política, un número determinado de personajes que se repiten permanentemente en el ámbito político, se pasean de un puesto a otro, de un cargo a otro, se cambian de vereda sin el más mínimo acto de constricción. Traicionan principios y finales, tergiversan ideologías e ideales. Y siempre usan el manoseado argumento de ser “representantes” de una mayoría “silenciosa”, y en verdad debieran decir “una mayoría incapaz de hablar”. Aquí entran tanto los oficialistas como la oposición, que muchas veces cuesta diferenciarlos.

Luego está la Casta militar, policía inclusive, donde no ha dejado de existir ese ideario neofascista que les hace creer que son seres superiores, tanto ideológica como físicamente. Cuando no cuesta mucho darse cuenta que si son militares es porque no tuvieron la capacidad mental suficiente para lograr hacer otra cosa que no sea aprender a matar seres humanos. Incluso con la excusa que aprenden oficios o profesiones al interior de los cuarteles, no dejan de ser asesinos con ciertos conocimientos paralelos. Conocimientos que sólo los ubica un poquito más evolucionados que aquellos primates que se limitaron a aprender lo bélicamente necesario. Caso especial son los señores de verde, que con ese manoseado lema de Orden y Patria esconden un deseo íntimo de sentirse poderosos, inmunes a la ley y con libre albedrio para usar y abusar.

No puedo negar que toda organización necesita de un grupo que se encargue de mantener resguardada la realización objetiva de los planes internos, pero en nuestro país se le ha dado a esta policía verde un áurea de sacralidad, intocabilidad y omnipotencia que raya en lo absurdo. Claro que actualmente tenemos autoridades que vienen de una generación de políticos y dirigentes aficionados a lamer botas y sucumbir, casi sexualmente, ante la presencia de los uniformes. Civiles que aman el poder de los ejércitos, que se sienten seguros sólo si sobre ellos hay ruido de cañones.
La casta de los potentados, los económicamente saciados, es quizás la más peligrosa. Ellos tratan de pasar desapercibidos, de tener bajo perfil, para no ser identificados y ni ver en riesgo su existencia. Pero ellos controlan, sobornan, compran y venden a la Casta política, y manejan a su antojo a la Casta militar. Son quienes aplican las leyes del mercado a los pueblos, pero no la aplican para ellos pues saben que no es buena.

La casta religiosa ya no es tan importante, ni tan influyente. Sigue siendo una molestia, y de vez en cuando da sus pataleos para que no la olviden, sobre todo cuando se trata de libertades sexuales o de identidades de género. Sin embargo, ellos, los que más predican sobre moral y amor al prójimo, son los que más han abusado del prójimo, especialmente si es niño o niña incapaz de ejercer defensa ante el abuso. Lo han hecho en América desde que pusieron por primera vez ante los ojos inocentes de un indígena el libro negro que les rige y proclamaron que era la palabra de su dios. Y lo que es peor aún, en ese libro está la “autorización divina” para exterminar, someter, destruir, dominar, abusar y esquilmar a quién ellos consideren “infiel, pagano, hereje, sacrílego, pecador...”. Pero estos últimos años están más callados, quizás trabajando en las sombras, convertidos en Rasputines pegados a las orejas de sus fieles influyentes.

Y al final de todo está la gente. La masa imberbe, dócil y manipulable que se autodenomina “el pueblo”. Mentira grande esa. El Pueblo dejó de existir hace años, lo mató la gente. El término Pueblo identificaba a seres humanos con identidad de tal, solidarios de verdad y no de farándula, que por dar una luca una vez al año en la Teletón se vanaglorian, incluso internacionalmente, de ser “solidarios”. Esa masa que se autodenomina Pueblo, no es otra cosa que masa, multitud, montón. Rebaño que se conmueve hasta los huesos con dramas humanos en la televisión pero que es indolente y esquivo a los sufrimientos cercanos, vecinos e inmediatos. Una gente que no duda en sacarle provecho extra a toda circunstancia no importando si otros salen perjudicados. Siempre buscando quedarse con el pedazo más grande de la torta, o reclamando gratuitamente si ven que otro lo hizo. Una masa chaquetera, envidiosa por herencia colonial y rastrera al máximo, herencia de la historia monárquica española que nos rigió por muchos años.

Chile es, esencialmente, copión. Está en el ADN nacional el siempre querer ser otros. Constantemente se busca la versión chilena de lo que en otra parte tiene éxito o se destaca. Está en nuestro himno: “somos la COPIA feliz del edén”, es decir, somos una copia de algo que no sabemos si existe y más encima nos alegra serlo. No nos sentimos sudamericanos sino “latinoamericanos”, cuando el latín hace tiempo ya que sólo se usa en misas o documentos cargados de esnobismo o arribista nomenclatura.
Así veo este país, que me tocó por haber nacido aquí. Nadie elige el país donde nacer, por lo cual la “nacionalidad” es una imposición. Afortunadamente podemos cambiar eso, podemos elegir el país donde vivir y podemos solicitar la nacionalidad a tener, aunque eso cueste dinero (algo que no es extraño). Pero nuevamente el Mercado nos limita. si queremos vivir en otro país hay que ser económicamente viable para viajar... la opción de endeudarse es la más frecuente, pero equivale al suicidio asistido.

Bueno, después de todo lo escrito aquí podrán, con justa razón, decir que soy un inconformista, pesimista y hasta renegado.... bueno, quizás sí lo soy. Pero más que un pesimista recalcitrante me considero un optimista informado, y día a día veo y escucho información que aumenta mi apreciación ambiental... lo que me rodea es mi Medio Ambiente.... y si los bosques están contaminados, las ciudades están podridas. Aunque no creo que la tierra explote en el 2012... no tenemos tanta suerte.

Feliz Año Nuevo que se avecina.... y no se preocupen, ya vendrán tiempos... peores.

Malkiano

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