CRONICA MALKIANA 37

Palabras al cierre

Cae la noche en la ciudad…. Los bohemios crónicos comienzan a abandonar sus tumbas oficinescas donde habitan como zombies, marcando el paso lento y aburrido de la máquina tragahumanos, y se preparan para su diaria resurrección nocturna.

Algunos dejan sus nichos con los rostros carcomidos por el papeleo, el timbraje y la atención de público. Otros muestran sus enrojecidos ojos de tanto mirar pantallas titilantes de cristal líquido y con sus muñecas resentidas por la tendinitis aguda, que genera el dominio exagerado del ratón computacional, conocido también como “el maus”. Y van mezclándose con la gente vagabunda que entra y sale de las multitiendas todo el día, y se preguntan ¿a qué hora trabajan?... pero no hay respuesta, sus mentes anestesiadas por el grito diario de los jefes, atrofiadas por la permanente repetición de la sonrisa forzada y la depresiva música ambiental, sólo funcionan en automático. Pero a medida que van respirando el otro aire, el de la calle, el aire que no huele a calefacción centralizada o a desodorante ambiental, el aire que entra frío y pica la nariz, el aire que los hace estornudar y con eso activar el programa cerebral de reinicio…. Van despertando los muertos vivientes de corbata y maletín, de falda y chaquetita corta. Los bohemios crónicos comienzan a revivir en sus cuerpos el deseo de la cerveza y el picadillo, la piscola, el ron con limón, la mesa de pool, el karaoke diario de sus vidas, el necesario y rutinario ritual de limpieza que precisan antes de volver a sus nidos.

Entonces se agrupan en clanes, en tribus, algunos más antiguos actúan como lobos solitarios y no requieren de manadas, pero se reconocen entre ellos, sus ojos intercambian saludos subliminales de complicidad. Frecuentan los mismos rincones, conocen los métodos de sobrevivencia entre la euforia colectiva de la gran manada. Evitan cruzar la línea que los separa de la otra manada, aquella que ellos llaman “los perdidos”, una manada compuesta por bohemios crónicos que no obedece reglas, que no se esconde durante el día en oficinas y comercios, que no usa uniforme ni maletín, que se ríe de la máquina pero que igual vive de ella. Una manada peligrosa cuando sobrepasa sus cuotas de psicoactivos y alcoholes, se vuelven depredadores absurdos y ayudan a preservar las medidas represivas de la Gran Máquina.

Y la noche va avanzando y los bohemios crónicos, limpios de su cáscara cotidiana, retornan a sus nidos. Algunos llegarán a los abrazos cálidos, otros a las palabras tiernas, algunos a la fría y mecánica relación familiar, otros a la discusión y el resentimiento, y algunos llegarán a la soledad de sus cuevas de cemento, equipadas con DVD y Home Theatre, o un simple lector de mp3.

La Gran Máquina los observa… y les da en el gusto, les hace sentir que son libres, que son felices, y se alimenta de ellos. Hace tiempo que se independizó, hace tiempo que se maneja sola, aunque necesita permanentemente ser alimentada por los humanos, puede prescindir de ellos para su funcionamiento… al menos por una determinada cantidad de tiempo.

Cuando el sol anuncia su llegada, nuevamente los bohemios crónicos despiertan en su estado de zombie, mecánicamente se visten, desayunan y salen camino a sus tumbas… y muy al fondo de sus cerebros sigue activo el programa que almacena las sensaciones esperando el clic que activa y pone en marcha el motor nocturno, pero la Gran Máquina sabe eso y durante las horas que necesita ser alimentada envía señales, signos, estímulos y ordenes que inhiben ese clic… y si por esas razones de la casualidad y la causalidad alguno despierta antes de tiempo, siempre hay un “amigo” cerca que le dice: - Madura… deja de soñar…. Se responsable… no hables tonteras… aun no es tiempo… A nadie le interesa… La vida es así… Esto no va a cambiar… No te meta’i en problemas… -

Y la Máquina ríe para sus adentros…. Y sigue tragando.. tragando…. tragando… por los siglos de los siglos… click.

PD.: Si alguno ha leido los comentarios de mi crónica anterior (O. Romo) sabrán que hay un personaje oscuro que, con diferentes y variopintas identidades, hace amenazas anónimas burdas, y muy mediocres. A esos dichos sólo queda darles el espacio que la libertad de expresión les permite pero nadas más que eso. Tomarlas en cuenta sería gastar neuronas en discapacitados del alma.